Se dice que nuestros indígenas de
los andes (mucuchíes, timoto-cuicas), usaban una ruta particular para hacer
comercio con la región de los altos llanos de Barinas. Esta ruta milenaria,
ahora es conocida como el Camino real de Carrizal y se me ocurrió la “brillante
idea” de ir una vez más hacia lo desconocido y hacer este recorrido.
Desde que conocí que la ruta
existía quise hacerla, y aunque invité a muchos de mis amigos y conocidos que
asumía que les interesaba este tipo de actividad, no logré dar con ninguno, así
que estaba a la deriva, a la espera que la gente de Akanan, consiguiera el
quorum necesario. Tanto ellos como yo, tuvimos que cambiar la fecha unas 3
veces antes de lograr juntar a los caminantes. Fue así como finalmente, un
grupo se conformó: Elena, Jesús, Leandro y mi persona, resultamos ser el grupo
de desconocidos que recorrerían juntos el camino.
Para empezar la caminata primero
debíamos llegar al punto de partida, lo que significó: conseguirnos en el
aeropuerto de Maiquetía con nuestro Guía, volar desde acá hasta El
vigía, hacer una parada logística en la ciudad de Mérida para recoger algunos
de los equipos necesarios y finalmente llegar al poblado de Micarache.
Aprovechamos este espacio de tiempo y recorrido para ir rompiendo el hielo
entre los desconocidos y empezar a hacer grupo. Fue una muy buena idea ya que
el recorrido ameritaba unos buenos cuentos.
A eso de medio día llegamos a
Micarche, un pequeño caserío ubicado a unos 7 kilómetros del pueblito de
Mucuchies, el lugar de donde partiría nuestra aventura. Al llegar allí, conocimos
a quien sería nuestro baquiano, Alí, quien además de ser un súper conocedor de
la zona y del camino, es un posadero, padre de familia, apicultor, agricultor y
como diría nuestro guía, alcalde del pueblo y novio de la madrina. Almorzados y
preparados los morrales, empezamos nuestra caminata por el páramo andino.
La ruta parecía bastante sencilla
en principio, hermosa de vista, pues todo el páramo nos regalaba sus bellezas,
además que en líneas generales, estábamos bajando (de 3650 a 3400 msnm) y no había
grandes declives. Lo que más afectaba en este tramo era el frío y el tener que
pasar los ríos en los que usualmente terminabas con una pierna u otra (o ambas)
empapadas. Pese a ello, al empezar a caminar, la sensación térmica mejoraba
pues el cuerpo entraba en calor y esto hacía más agradable el camino.
Dado que el grupo era algo
heterogéneo en el ritmo de caminata, en esta primera parte del camino manejamos
velocidades distintas, haciendo que en grandes espacios del camino tuviese la
oportunidad de caminar a solas, permitiéndome no sólo espacios de contemplación
plena de la belleza natural que tenía frente a mis ojos sino de contemplación
interna, permitiendo hurgar en mis pensamientos y emociones… allí, en alguna
parte existía la preocupación por el futuro, la única parte del camino que me
generaba cierta preocupación, la caminata del último día, que desde que revisé el
itinerario me parecía eterna, aún sin haberla recorrido.
La ruta cambió de repente, y no
por las características de la misma, sino por el clima, súbitamente, una neblina
que luego se hizo lluvia, nos tapó y empezó, ahora sí, el frío parejo! Al
empezar la lluvia, la sensación térmica empezó a disminuir, lo que empezó a
hacer mella en el grupo. Los que iban más adelante apresuraron su paso para
intentar llegar al refugio lo más rápido posible y así protegerse del clima, el
resto hacía lo mismo, pero debido a la diferencia de velocidades, parecía que
la distancia entre cada uno de nosotros era cada vez mayor. Yo me encontraba en
el medio, a lo lejos, adelante, podía ver a Jesús y a Leandro cuando las
montañas y la neblina lo permitían, y detrás, podía ver a Elena y a Félix
(nuestro guía), a quienes iba esperando de vez en cuando para no dejarlos tan
atrás. En el medio de vez en cuando me conseguía con Alí quien con una sonrisa
siempre te decía, vamos a buen ritmo, no nos falta mucho. Esas palabras de
aliento son medio peligrosas cuando vienen de un baquiano y no estás en las mejores
condiciones físicas, pues eso de que falta menos, no significa que estás cerca
y cuando el cuerpo está frío y algo cansado en la mitad de la montaña, la
tendencia es a oír lo que quieres oír y no a escuchar lo que en realidad te han
informado.
Seguimos adelante y en algún momento la pendiente cambió significativamente y se
hizo más inclinado, la bajada se hacía un poco más agresiva y el paisaje mucho
más amplio. A lo lejos un par de ranchos llenaban de alegría la vista, eran los
refugios andinos que invitaban a acelerar el paso para llegar a calentarnos y
pasar la noche. Después de tres horas y media de recorrido por el páramo (unos
14 kms), los caminantes llegamos a nuestra primera parada, el lugar donde
nos refugiaríamos. Una vez que nos quitamos los morrales, grabamos algunas palabras
justo cuando recién llegábamos y otro al caer la noche en donde, cada uno
intentó describir desde su propia experiencia, lo que había sido esta primera etapa
de nuestra aventura.
Después de cenar y frente al fuego, mi mente seguía pensando en el resto del camino, como siempre, preocupada por el futuro. Consciente de eso, me quedé en el momento, en ese justo instante frente al fuego oyendo el resto de historias que Felix y Alí nos contaban, oliendo el humo de la fogata y saboreando lo que me quedaba de chocolate caliente, y poco a poco la preocupación fue desapareciendo de la misma manera que el páramo se ocultaba en la noche... Así terminó el primer día, aunque no la aventura.
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