lunes, 9 de enero de 2017

Historia de “El Carrizal” por Anacleto Guerrero



El señor Anacleto Guerrero era el aldeano más veterano de “El Carrizal”, y de su boca provino la siguiente narración:

El Carrizal era un punto intermedio del largo camino que abrieron y utilizaron los indígenas del páramo de Gavidia y Mucuchíes para transportar los productos de la montaña hacia los llanos (hacia la región de Pedraza). Los indígenas comerciaban sobre todo yerbas medicinales: ruda del páramo, ditamito, espadilla, salvia real, frailejón morado, oreganote, sanalotodo, viravira neblina, etc.

Los meritorios fundadores de la aldea fueron dos soldados tachirenses, prófugos de un batallón revolucionario. Estos soldados, para borrar toda pista y posibilidad de ser encontrados, se lanzaron con todo y sus armas por estas pendientes montañosas y después de mucho caminar fijaron residencia en este sitio inaccesible, a orillas de la quebrada de Canaguá, a mediados del siglo XIX.



Los nombres de estos dos soldados eran José María Guerrero y Jaime Guerrero. Ambos contrajeron matrimonio; José María se casó con Clara y Jaime con María Ignacia, hijas de Rosalino Gil; un señor viajero y comerciante que transitaba frecuentemente entre Mucuchíes y los llanos de Barinas.

Así se constituyeron las dos primeras familias de “El Carrizal”. Los señores Guerrero iniciaron una tarea de atracción de nuevos colonos, convirtiéndose en constructores de casas para personas que desde Mucuchíes empezaban a sentir cierta atracción por la fertilidad y sanidad del sitio.

De José María Guerrero, nació Jesus María, el papá del informador (Sr. Anacleto), y Mario, papá del actual Sr. Mario (quién era el dueño de la Mucuposada Carrizal y guardaparque de la ruta, así como el padre de Alí, actual dueño de la mucuposada).

En los tiempos mejores, El Carrizal llegó a albergar casi cuarenta familias, que constituyeron su economía en el cultivo del café, el fique, el cogollo, la arveja y a caraota.



Las últimas décadas de generalizado éxodo campesino, han incidido profundamente en esta aldea, reduciéndola a 16 familias en 1985 (año del relato) y a una sola familia en los actuales momentos, que ha permanecido cuidando sus propiedades, sus mejoras, y brindadando hospitalidad a los viajeros.

Son múltiples las anécdotas que cualquier visitante puede escuchar de boca del Sr. Mario Guerrero y su familia, relacionadas con la historia de “El Carrizal”.

La historia del indio Misteque Juaquín Rangel y las esmeraldas de la cuesta de “El Castillo”. La narración del viaje por el camino antiguo que requería tres días a lomo de bueyes. La historia del Coronel Ramos, que pasó por “El Carrizal” derrotado y con ganas de quedarse con su tropa ocupando tierras y bienes de los legítimos propietarios. La caza de osos frontinos y entierros de armas de la guerra civil.



Sobre la construcción de la capilla, el Sr. Anacleto informó que en principio se construyó una capilla de horcones y techada con carruzo machacado.

Más tarde se logró levantar las paredes con tapia y cubrir el techo con tejas, las cuales se construyeron aquí mismo en “El Carrizal”; un maestro tejero vino a enseñar el arte desde San Rafael de Mucuchíes.

Se colocó el techo con teja quemada, pero después de los años, la teja se deterioró por la humedad y se consiguió a través del ejecutivo del Estado, el techo de zinc actual.
El piso anterior era de ladrillo decorado, pero no duró mucho; las rodillas de los fieles devotos no soportaron tales “exigencias artísticas”, así que se decidió construir el actual piso de cemento.



Esta historia se basa es una narración del Señor Anacleto Guerrero, realizada en 1985 y escrita por el Padre Clemente La Cruz Flores en el mismo año, para luego ser adaptada por Samadhi Torres Rivas en mayo del 2003 y publicada en este blog con sutiles cambios por mi persona.


viernes, 6 de enero de 2017

El Camino de Carrizal parte 2: De Quitasoles al Carrizal




Amanece en el páramo y poco a poco todo empieza a despertar, incluso nosotros. A pesar que el sol ya había salido, las montañas evitan que sus rayos calienten la zona y sigue haciendo frio. Me salgo de la carpa y empiezo a recoger, pues durante la noche, entre cuento y cuento nos dijeron que este segundo día de caminata sería bastante largo.

Me acerco a la fogata y Alí ya tenía rato montando desayuno, así que me voy al río, me cepillo, y como un clavel vuelvo para mi primer café mañanero. Ya sólo faltaba desayunar y ponerme los zapatos empapados para caminar, a lo que le estaba dando largas. Poco después del desayuno y definidas las expectativas del día, arrancamos nuestra caminata a eso de las 9.30 de la mañana, en mi opinión un poco tarde pero no era mal de morirse, al menos no al principio de la caminata.

El inicio del camino se parecía muchísimo a lo que habíamos visto el día anterior, solo que esta vez con un sol espléndido que permitía disfrutar más de los paisajes, pues su luz y calidez llenaban el lugar de vida. Seguíamos en el páramo pero poco a poco íbamos sintiendo como nuestro recorrido iba vertiginosamente en bajada.




De la misma forma en que cambiábamos de altura, también nuestro alrededor cambiaba de manera importante, ya los frailejones quedaban atrás, los árboles altos empiezan a tapar las montañas y los amplios espacios para caminar se han convertido en sinuosos y estrechos senderos copados de verde por todos lados. Lejos quedaba el páramo, pues nos íbamos adentrando más y más en el clima de un bosque nublado que nos daba la bienvenida por sus caminos complicados. El eterno acompañante, el río, que en la medida en que avanza toma fuerzas y cambia de nombre.



Ya varios puentes hemos pasado pero este es el primero que nos sorprende de manera significativa pues era el primer puente colgante que la ruta nos regalaba. Justo después de atravesarlo, hicimos parada para almorzar, y el clima volvía a prepararnos su sorpresa, empezando a mostrar las primeras gotas de lo que sería otra tarde lluviosa (aunque menos recia que la anterior). Seguimos adelante después de la reconfortante parada que no sólo sirvió para alimentarnos sino para descansar, pero noté algo extraño al levantarme, y es que mis rodillas estaban "entumecidas". No le presté mucha atención en ese momento pues suponía que me había “enfriado” mientras comía y que en la medida en que retomara el paso, el extraño “dolorcito” desaparecería. 




Entrar en calor fue muy fácil porque lo que había sido un camino de constante bajada, cambió de pronto por una subida importante que nos llevó tiempo conquistar. Algo así como una hora después llegamos a la zona llamada el Castillo, en donde la subida terminaba, para seguir de nuevo, en constante bajada.

Así continuó el camino, pasando de una a otra curva, con muchas piedras sueltas, a veces muy estrecho, a veces sólo un poco menos, en algunas partes seco y en otras inundado de agua,  a veces evadiendo el río, otras veces cayendo justo en el medio de él, a veces haciendo equilibrio en una roca para atravesar otra quebrada, a veces evitando las piedras debido a lo resbalosas que estaban. El camino seguía poniendo trabas y nosotros seguíamos adelante, hacia abajo, con más calor que antes, y con más cansancio que el día anterior y justo cuando estaba quedándome sin aliento y me disponía a hacer otra parada de descanso, el camino se llenó de hormigas, y no de una especie cualquiera, era una de esas colonias que para hacer la cosa más interesante, si te pican te asegura un buen dolor y una gran hinchazón! Así que no había manera de parar sino todo lo contrario, había que empezar a correr para evitar este nuevo escollo del camino. La corrida duró como 15 minutos y arrebató con la poca energía que quedaba. 

A pesar que el sol no se había ocultado, debido a lo alto de las montañas y lo tupido del bosque, la luz que penetraba era baja y eso jugaba en contra del ánimo y la energía, pero seguimos adelante, ahora con mucho más barro en el camino y con una velocidad de avanzada mucho menor, producto del esfuerzo ya realizado durante el día, lo pesado de los zapatos llenos de barro y aquél entumecimiento de rodillas que ya a esta hora no era sino un dolor constante.




En aquél sector del camino, me sentía como Atreyu en el pantano de la tristeza (la Historia Interminable), sentía que si paraba no caminaría más y si seguía, en algún momento las piernas me fallarían y caería, pero entre lo uno y lo otro, seguir era la elección. El juego mental empezó de manera seria y ya sabía que, aunque físicamente estaba agotado, era mi mente la que terminaría la ruta, así que seguí. Callé la duda, callé el cansancio (o la parte de la mente que quería descansar) y seguí paso a paso hacia adelante… y justo en frente ocurrieron dos cosas:
  • La primera: Una quebrada de buena profundidad que decidí no evadir y que atravesé de frente, hundiéndome hasta las rodillas. El frío de las aguas ayudaron a reducir el dolor y a limpiar el barro del calzado, permitiendo salir con sólo un poco más de energía.
  • La segunda: Uno de los arrieros retornaba por el camino en su mula, ofreciendo “la cola” en aquél hermoso animal. La oferta era tentadora pero yo quería llegar a pie, así que le dije que siguiera por la senda, pues otros venían detrás de mí y tal vez alguno necesitase la ayuda más que yo.

Sabía que si el arriero venía de regreso era porque el punto de llegada estaba cerca y eso le dio a mi mente y a mi cuerpo un dopaje de ánimo que me permitiría seguir adelante. Unos treinta minutos después llegamos a la capilla del pueblo de Carrizal y luego de otros diez, estaba yo entrando a la mucuposada de Alí, cuya familia nos recibía con un mágico té de hierbas para relajar el cuerpo.



La ruta del segundo día había terminado, y pasó lo que suponía, al sentarme no me pude parar en un buen rato, las rodillas habían sufrido de esa constante bajada que no notabas mientras la caminabas pero que luego de un simple resumen del recorrido podías darte cuenta de lo duro que fue el peralte. Ese día habíamos bajado desde Quita soles (a unos 3400 msnm) hasta El  Carrizal (a unos 1.500 msnm) en lo que fue un recorrido de unos 13 kilómetros y una bajada de unos 2.000 metros, equivalente a los que sería bajar dos veces nuestro Salto Angel. Era claro que las rodillas no estaban entumecidas, estaban notoriamente afectadas por el trayecto. A pesar del dolor, pudimos compartir una tremenda cena hecha por la esposa de Alí y unos muy buenos cuentos que cerraron con broche de oro la noche. Nos reímos de cada historia ocurrente, tomamos algunas fotos nocturnas y aprovechamos contemplar la tranquilidad del Carrizal.

En medio de la noche, mi mente se fue de nuevo al futuro de nuevo y se preguntaba como haría para caminar los restantes 30 kilómetros que faltaban, pero esta vez yo estaba mejor preparado para mi conversación privada. Luego de aquella primera preocupación durante la noche en el páramo y después de la batalla importante que tuve casi al final del camino hacia Carrizal, sabía que esto era sólo otra jugarreta más de mi mente y que mañana de seguro saldría airoso si lograba aquietar las preocupaciones y enfocarme en seguir adelante.

miércoles, 4 de enero de 2017

El camino de Carrizal parte 1: Desde Micarache hasta Quita Soles



Se dice que nuestros indígenas de los andes (mucuchíes, timoto-cuicas), usaban una ruta particular para hacer comercio con la región de los altos llanos de Barinas. Esta ruta milenaria, ahora es conocida como el Camino real de Carrizal y se me ocurrió la “brillante idea” de ir una vez más hacia lo desconocido y hacer este recorrido.

Desde que conocí que la ruta existía quise hacerla, y aunque invité a muchos de mis amigos y conocidos que asumía que les interesaba este tipo de actividad, no logré dar con ninguno, así que estaba a la deriva, a la espera que la gente de Akanan, consiguiera el quorum necesario. Tanto ellos como yo, tuvimos que cambiar la fecha unas 3 veces antes de lograr juntar a los caminantes. Fue así como finalmente, un grupo se conformó: Elena, Jesús, Leandro y mi persona, resultamos ser el grupo de desconocidos que recorrerían juntos el camino.

Para empezar la caminata primero debíamos llegar al punto de partida, lo que significó: conseguirnos en el aeropuerto de Maiquetía con nuestro Guía, volar desde acá hasta El vigía, hacer una parada logística en la ciudad de Mérida para recoger algunos de los equipos necesarios y finalmente llegar al poblado de Micarache. Aprovechamos este espacio de tiempo y recorrido para ir rompiendo el hielo entre los desconocidos y empezar a hacer grupo. Fue una muy buena idea ya que el recorrido ameritaba unos buenos cuentos.

A eso de medio día llegamos a Micarche, un pequeño caserío ubicado a unos 7 kilómetros del pueblito de Mucuchies, el lugar de donde partiría nuestra aventura. Al llegar allí, conocimos a quien sería nuestro baquiano, Alí, quien además de ser un súper conocedor de la zona y del camino, es un posadero, padre de familia, apicultor, agricultor y como diría nuestro guía, alcalde del pueblo y novio de la madrina. Almorzados y preparados los morrales, empezamos nuestra caminata por el páramo andino.



La ruta parecía bastante sencilla en principio, hermosa de vista, pues todo el páramo nos regalaba sus bellezas, además que en líneas generales, estábamos bajando (de 3650 a 3400 msnm) y no había grandes declives. Lo que más afectaba en este tramo era el frío y el tener que pasar los ríos en los que usualmente terminabas con una pierna u otra (o ambas) empapadas. Pese a ello, al empezar a caminar, la sensación térmica mejoraba pues el cuerpo entraba en calor y esto hacía más agradable el camino.

Dado que el grupo era algo heterogéneo en el ritmo de caminata, en esta primera parte del camino manejamos velocidades distintas, haciendo que en grandes espacios del camino tuviese la oportunidad de caminar a solas, permitiéndome no sólo espacios de contemplación plena de la belleza natural que tenía frente a mis ojos sino de contemplación interna, permitiendo hurgar en mis pensamientos y emociones… allí, en alguna parte existía la preocupación por el futuro, la única parte del camino que me generaba cierta preocupación, la caminata del último día, que desde que revisé el itinerario me parecía eterna, aún sin haberla recorrido.



La ruta cambió de repente, y no por las características de la misma, sino por el clima, súbitamente, una neblina que luego se hizo lluvia, nos tapó y empezó, ahora sí, el frío parejo! Al empezar la lluvia, la sensación térmica empezó a disminuir, lo que empezó a hacer mella en el grupo. Los que iban más adelante apresuraron su paso para intentar llegar al refugio lo más rápido posible y así protegerse del clima, el resto hacía lo mismo, pero debido a la diferencia de velocidades, parecía que la distancia entre cada uno de nosotros era cada vez mayor. Yo me encontraba en el medio, a lo lejos, adelante, podía ver a Jesús y a Leandro cuando las montañas y la neblina lo permitían, y detrás, podía ver a Elena y a Félix (nuestro guía), a quienes iba esperando de vez en cuando para no dejarlos tan atrás. En el medio de vez en cuando me conseguía con Alí quien con una sonrisa siempre te decía, vamos a buen ritmo, no nos falta mucho. Esas palabras de aliento son medio peligrosas cuando vienen de un baquiano y no estás en las mejores condiciones físicas, pues eso de que falta menos, no significa que estás cerca y cuando el cuerpo está frío y algo cansado en la mitad de la montaña, la tendencia es a oír lo que quieres oír y no a escuchar lo que en realidad te han informado.

Seguimos adelante y en algún momento la pendiente cambió significativamente y se hizo más inclinado, la bajada se hacía un poco más agresiva y el paisaje mucho más amplio. A lo lejos un par de ranchos llenaban de alegría la vista, eran los refugios andinos que invitaban a acelerar el paso para llegar a calentarnos y pasar la noche. Después de tres horas y media de recorrido por el páramo (unos 14 kms), los caminantes llegamos a nuestra primera parada, el lugar donde nos refugiaríamos. Una vez que nos quitamos los morrales, grabamos algunas palabras justo cuando recién llegábamos y otro al caer la noche en donde, cada uno intentó describir desde su propia experiencia, lo que había sido esta primera etapa de nuestra aventura.

Después de cenar y frente al fuego, mi mente seguía pensando en el resto del camino, como siempre, preocupada por el futuro. Consciente de eso, me quedé en el momento, en ese justo instante frente al fuego oyendo el resto de historias que Felix y Alí nos contaban, oliendo el humo de la fogata y saboreando lo que me quedaba de chocolate caliente, y poco a poco la preocupación fue desapareciendo de la misma manera que el páramo se ocultaba en la noche... Así terminó el primer día, aunque no la aventura.