Amanece en el páramo y poco a
poco todo empieza a despertar, incluso nosotros. A pesar que el sol ya había
salido, las montañas evitan que sus rayos calienten la zona y sigue haciendo
frio. Me salgo de la carpa y empiezo a recoger, pues durante la noche, entre cuento y
cuento nos dijeron que este segundo día de caminata sería bastante largo.
Me acerco a la fogata y Alí ya
tenía rato montando desayuno, así que me voy al río, me cepillo, y como un
clavel vuelvo para mi primer café mañanero. Ya sólo faltaba desayunar y ponerme
los zapatos empapados para caminar, a lo que le estaba dando largas. Poco
después del desayuno y definidas las expectativas del día, arrancamos nuestra
caminata a eso de las 9.30 de la mañana, en mi opinión un poco tarde pero no
era mal de morirse, al menos no al principio de la caminata.
El inicio del camino se
parecía muchísimo a lo que habíamos visto el día anterior, solo que esta vez
con un sol espléndido que permitía disfrutar más de los paisajes, pues su luz y calidez llenaban el lugar de vida. Seguíamos en
el páramo pero poco a poco íbamos sintiendo como nuestro recorrido iba
vertiginosamente en bajada.
De la misma forma en que
cambiábamos de altura, también nuestro alrededor cambiaba de manera
importante, ya los frailejones quedaban atrás, los árboles altos empiezan a
tapar las montañas y los amplios espacios para caminar se han convertido en
sinuosos y estrechos senderos copados de verde por todos lados. Lejos quedaba el
páramo, pues nos íbamos adentrando más y más en el clima de un bosque
nublado que nos daba la bienvenida por sus caminos complicados. El eterno
acompañante, el río, que en la medida en que avanza toma fuerzas y cambia de
nombre.
Ya varios puentes hemos pasado pero
este es el primero que nos sorprende de manera significativa pues era el primer
puente colgante que la ruta nos regalaba. Justo después de atravesarlo, hicimos parada para almorzar, y el clima volvía a prepararnos su sorpresa, empezando a mostrar las
primeras gotas de lo que sería otra tarde lluviosa (aunque menos recia que la anterior). Seguimos adelante después de la reconfortante parada que no sólo sirvió para
alimentarnos sino para descansar, pero noté algo extraño al levantarme, y es
que mis rodillas estaban "entumecidas". No le presté mucha atención en ese
momento pues suponía que me había “enfriado” mientras comía y que en la medida
en que retomara el paso, el extraño “dolorcito” desaparecería.
Entrar en calor
fue muy fácil porque lo que había sido un camino de constante bajada, cambió de
pronto por una subida importante que nos llevó tiempo conquistar. Algo
así como una hora después llegamos a la zona llamada el Castillo, en donde la
subida terminaba, para seguir de nuevo, en constante bajada.
Así continuó el camino, pasando de una a otra curva, con muchas piedras sueltas, a veces muy estrecho, a veces sólo un poco
menos, en algunas partes seco y en otras inundado de agua, a veces evadiendo el río, otras veces cayendo
justo en el medio de él, a veces haciendo equilibrio en una roca para atravesar
otra quebrada, a veces evitando las piedras debido a lo resbalosas que estaban. El camino seguía poniendo trabas y nosotros seguíamos adelante, hacia abajo,
con más calor que antes, y con más cansancio que el día anterior y justo cuando
estaba quedándome sin aliento y me disponía a hacer otra parada de descanso, el
camino se llenó de hormigas, y no de una especie cualquiera, era una de esas colonias
que para hacer la cosa más interesante, si te pican te asegura un buen dolor y
una gran hinchazón! Así que no había manera de parar sino todo lo
contrario, había que empezar a correr para evitar este nuevo escollo del
camino. La corrida duró como 15 minutos y arrebató con la poca energía que
quedaba.
A pesar que el sol no se había ocultado, debido a lo alto de las
montañas y lo tupido del bosque, la luz que penetraba era baja y eso jugaba en
contra del ánimo y la energía, pero seguimos adelante, ahora con mucho más
barro en el camino y con una velocidad de avanzada mucho menor, producto del
esfuerzo ya realizado durante el día, lo pesado de los zapatos llenos de barro
y aquél entumecimiento de rodillas que ya a esta hora no era sino un dolor
constante.
En aquél sector del camino, me
sentía como Atreyu en el pantano de la tristeza (la Historia Interminable), sentía que si paraba no caminaría más y si
seguía, en algún momento las piernas me fallarían y caería, pero entre lo uno y lo otro, seguir era
la elección. El juego mental empezó de manera seria y ya sabía que, aunque
físicamente estaba agotado, era mi mente la que terminaría la ruta, así que
seguí. Callé la duda, callé el cansancio (o la parte de la mente que quería
descansar) y seguí paso a paso hacia adelante… y justo en frente ocurrieron dos
cosas:
- La primera: Una quebrada de buena profundidad que decidí no evadir y que atravesé de frente, hundiéndome hasta las rodillas. El frío de las aguas ayudaron a reducir el dolor y a limpiar el barro del calzado, permitiendo salir con sólo un poco más de energía.
- La segunda: Uno de los arrieros retornaba por el camino en su mula, ofreciendo “la cola” en aquél hermoso animal. La oferta era tentadora pero yo quería llegar a pie, así que le dije que siguiera por la senda, pues otros venían detrás de mí y tal vez alguno necesitase la ayuda más que yo.
Sabía que si el arriero venía de regreso era
porque el punto de llegada estaba cerca y eso le dio a mi mente y a mi cuerpo
un dopaje de ánimo que me permitiría seguir adelante. Unos treinta minutos
después llegamos a la capilla del pueblo de Carrizal y luego de otros diez,
estaba yo entrando a la mucuposada de Alí, cuya familia nos recibía con un mágico té de hierbas para relajar el cuerpo.
La ruta del segundo día había
terminado, y pasó lo que suponía, al sentarme no me pude parar en un buen rato,
las rodillas habían sufrido de esa constante bajada que no notabas mientras la
caminabas pero que luego de un simple resumen del recorrido podías darte cuenta de lo duro que
fue el peralte. Ese día habíamos bajado desde Quita soles (a unos 3400 msnm)
hasta El Carrizal (a unos 1.500 msnm) en
lo que fue un recorrido de unos 13 kilómetros y una bajada de unos 2.000
metros, equivalente a los que sería bajar dos veces nuestro Salto Angel. Era
claro que las rodillas no estaban entumecidas, estaban notoriamente afectadas
por el trayecto. A pesar del dolor, pudimos compartir una tremenda cena hecha
por la esposa de Alí y unos muy buenos cuentos que cerraron con broche de oro
la noche. Nos reímos de cada historia ocurrente, tomamos algunas fotos nocturnas
y aprovechamos contemplar la tranquilidad del Carrizal.
En medio de la noche, mi mente
se fue de nuevo al futuro de nuevo y se preguntaba como haría para caminar los
restantes 30 kilómetros que faltaban, pero esta vez yo estaba mejor preparado
para mi conversación privada. Luego de aquella primera preocupación durante la
noche en el páramo y después de la batalla importante que tuve casi al final
del camino hacia Carrizal, sabía que esto era sólo otra jugarreta más de mi
mente y que mañana de seguro saldría airoso si lograba aquietar las
preocupaciones y enfocarme en seguir adelante.
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