Hace poco en una conversación
virtual con algunos amigos, me hicieron un comentario que me dejó pensativo. En
aquella ocasión estaba yo empeñado (y sigo estándolo) en ver las cosas
positivas del país e invitaba a dejar de quejarnos y ponernos a hacer, para
poder cambiar el país desde nuestro propio cambio como ciudadanos. En esa
conversación, alguno de mis amigos me dijo algo así como, Kimo, el tema es que tú
estás en una burbuja y por eso no entiendes.
El comentario me llamó muchísimo
a reflexión, pues mi interpretación de ese comentario es algo como: Estás tan
alejado de la realidad y tan protegido y encerrado en tu forma de ver las cosas
(tu burbuja), que no entiendes lo que los demás padecemos. Esos comentarios y
un poco de reflexión acerca del tema es lo que produjo esta historia, y aunque fue el motivador, no prometo "dar en el clavo" con una explicación. Espero que igual te atrevas a recorrer este camino y aprendas de él al leerlo, tanto como yo al escribirlo.
En el año 1992, llegó un nuevo
Dirigente al grupo Scout y él, en conjunto con los ya existentes se propusieron
el proyecto de llevarnos a una gran aventura, conocer el Roraima. Para aquél
entonces yo, un muchachito que había visto los tepuyes desde la distancia en
mis viajes familiares a la Gran Sabana y de cerca por cortesía del emblemático
programa Expedición, me emocioné muchísimo ante la posibilidad de poder conocer
tan majestuoso monumento con mis propios ojos. La fecha propuesta era en el verano de 1993.
Se definieron, según recuerdo, al
menos dos cosas que regularían quiénes del grupo estaban en capacidad de ir, la
primera, la edad, que en mi caso estaba en el límite de la mínima, la otra era
aprobar un examen físico de resistencia definido por los dirigentes.
La prueba física la logré con
éxito y la segunda, pues después de un interesante trabajo de convencimiento a
dirigentes y a mis padres, ayudado con la asistencia al viaje de padres de
otros amigos, también la logré superar. El otro reto subsecuente y que no era
tan obvio para mí al principio, era comprar todos los
implementos que para este viaje necesitaría, pues como scout ya
tenía algunos, pero otros aún no.
En aquella época recuerdo que
tenía un morral (pickers, el del gusanito) con armazón de aluminio externo, muy típico de
aquella época (además de típico era bastante incómodo), un sleeping de mucho
volumen, que ocupaba gran parte de mi mochila, y así como esos dos utensilios, podría comentar todos los que tenía y que tal vez por desconocimiento y/o falta de
presupuesto, no eran los más idóneos para esta aventura, pero eran los que
tenía y eran los que llevaría.
Adicional a los utensilios
personales, debíamos agregar en cada morral, los utensilios colectivos (carpa,
comida, implementos de cocina, bombonas de combustible para cocinar, agua,
etc), haciendo que el peso del morral siguiera aumentando.
El viaje fue casi un desastre, el
primer día ya había gente del grupo que tenía ampollas y que su paso se reducía
a medida que avanzábamos. El cansancio de algunos era tal que al llegar al
lugar del primer campamento (río Tek) sólo pensaban en ir a la carpa sin
siquiera cenar. A pesar de todo eso, logramos sobrevivir a la primera noche y
al amanecer, prepararnos para seguir el camino hacia la cima. Dado que dejamos
nuestros zapatos fuera de la carpa (novatada), estaban todos mojados y así
había que ponérselos (a pesar del frío) para seguir caminando. Para reducir el
peso, recuerdo que escondimos la comida del regreso en algunos árboles de este
campamento para no tener que llevarlo a cuestas durante todo el viaje.
Este segundo día sería un
recorrido largo y fuerte (más que el primer día), ya que sería en el que
caminaríamos siempre ascendiendo. Nuestro avance se redujo considerablemente.
Una persona de nuestro grupo se empezó a sentir muy mal y para poder ayudarla
decidimos montar su morral encima del morral más liviano y hacer un mega morral (dos morrales amarrados) que debíamos rotar entre el resto de nosotros, significando que el cansancio del resto se
multiplicara de manera evidente cada vez que te tocaba llevar el peso
adicional.
Por esta y otras razones, el
pronóstico de la hora de llegada a la cima, había quedado muy atrás. Llegamos
al campamento base como a las 4 de la tarde y aún faltaba ascender a la cima,
lo que significó avanzar de noche. Subiendo nos llovió y debido a que las
linternas que teníamos no eran de las mejores (la gran mayoría llevamos esas
linternas chinas metálicas plateadas, las recuerdas?) algunas fallaron debido a
que les entró agua. Esto hizo que dudáramos del camino y la
decisión de algunos había sido quedarnos en donde nos agarró la noche para
seguir al día siguiente, a lo que sólo una inmensa minoría nos rehusamos y
decidimos intentar llegar a la cima sin morrales para avisar al resto del grupo
y obtener ayuda desde los que ya estaban allá arriba. Yo no sé cual fue el motivador, si los pedacitos
de chocolate, la adrenalina, el temor de pasar la noche al lado de una cascada que ni veía o el caminar sin morral, lo que sí es cierto es que algo de eso (o todo) me permitió unirme
a esta idea loca de llegar a la cima lucubrando el camino con una sola linterna para 3 chamines y la verdad
fue que lo logramos. Así convencimos al resto de que debíamos seguir
subiendo. Una vez que llegamos a la cima, lo peor del viaje había quedado
atrás, conocer el tepuy fue maravilloso, y el camino de regreso fue mucho menos
traumático de lo que fue la subida. El esfuerzo había valido la pena, a pesar
de las dificultades.
Años más tarde, en el 2003, se
presentó la oportunidad de ir con un nuevo grupo (más o menos igual de grande)
al Roraima, y a esta invitación volví a decir que sí. Estaba seguro que el
esfuerzo volvía a valer la pena y que sin duda, me prepararía mejor para
disfrutar este ascenso y no pasar por los acontecimientos de mi primera vez.
Entrenamos, creo que incluso más duro que la vez anterior, esta vez sin
dirigentes que te obligaran a hacerlo, ya éramos “adultos” y cada quién debía ser responsable por su
propio entrenamiento y condiciones. Durante todo ese tiempo desde el primer
ascenso a mis 14 años hasta ese momento del 2003, había invertido poco a poco
en un mejor morral, en un mejor sleeping, en artículos de camping que ocuparan
menos espacio y pesaran menos, en fin a recolectar durante mi camino, mejores
herramientas que asumía me ayudarían de mejor manera, y pesarían menos en mi
camino al Roraima.
En este grupo el plan de ascenso
no era de 2 días sino de 3, algo que consideraba más racional que lo vivido la
primera vez. A pesar de que el grupo era de muchas personas, se subdividió en
grupos de 7, y en este subgrupo, 4 éramos grandes amigos, lo que nos daba
“mayoría” en caso que algo necesitara someterse a votación. Era algo que
asumíamos como una ventaja, sobre todo porque este grupo que organizó el
evento, era de la UCV, y nosotros éramos los únicos 4 de la USB.
El viaje empezó y los problemas
no se hicieron esperar, la llegada al primer campamento tuvo actitudes
parecidas a las del primer viaje. Gente adolorida, entumecida, cansada, sin
ganas de cocinar, bajo una lluvia que poco ayudaba a hacer lo que debía hacerse
en el campamento. Pero el hambre abordó y logramos convencer a parte del equipo
a que debíamos cocinar, y así lo hicimos. El frío no ayudaba pero el calor
producido por la cocinilla nos mantenía juntos y hasta con un poco de humor. La
cena estuvo lista, y justo antes de servir, la olla cayó y la cena se derramó
por el piso. Recogimos como pudimos, al hambre poco le importó la “higiene”, y
cubiertos en mano, nos dispusimos a comer (creería que devorar es una palabra
más acorde). No creo que la tierra haya aportado sabor a la comida pero esa
cena estaba de Dioses y luego de tremendo plato de comida, a descansar para recobrar
fuerzas para los días siguientes.
El segundo día fue fuerte,
nuevamente el peralte del terreno siempre en ascenso hizo de las suyas y nos
consumió mucha energía. Además en esta parte del trayecto, habían pocas tomas
de agua, haciendo que prácticamente el agua que tenías al principio de la
caminata era la que debías rendir durante toda la jornada, y a diferencia de la
noche anterior, el sol había aparecido de manera inclemente para alejar las
nubes y la lluvia (es impresionante pero cuando tienes el agua limitada, la
sensación de sed es más frecuente y tu consumo mayor, haciendo que el agua sea una preocupación
adicional).
Llegamos al campamento base siendo casi los primeros en arribar. A pesar del cansancio y de la
sed, veníamos con algo de buen humor, y creo que eso nos hacía tener una
aparente mejor condición que el resto del grupo.
El tercer día fue el ascenso a la
cima, un trayecto que recuerdo sin muchas conversaciones pero si con varias
paradas para tomar aliento, fotografías y recordar lo difícil que se veía este
viaje meses atrás cuando siquiera soñábamos con él y que ahora era una realidad que estábamos viviendo. El buen humor seguía siendo
un común denominador y definitivamente otra de las herramientas que teníamos
“en el morral” y no sabíamos.
Llegamos a la cima relativamente
rápido y sin ninguna situación traumática. Al contrario del primer viaje, fue
un ascenso en el que no “pasamos roncha” y que pudimos disfrutar hasta dándonos
el lujo de contar chistes y alentar al resto del grupo a que siguiéramos
adelante.
Foto en la cima del Roraima
Al igual que en el viaje
anterior, el resto de la aventura fue en descenso, es decir, lo más difícil
había quedado atrás y el resto fue más disfrute que esfuerzo.
No puedo dejar de pensar en cómo,
ante un mismo Roraima, los recuerdos de los ascensos son tan distintos. Seguro
que hay muchas razones para que así fueran, tal vez incluso cosas como la edad
pudieron influenciar incluso en mis recuerdos, sin embargo, creo que hay otras razones que de alguna
manera marcan la diferencia:
- La experiencia: A pesar que era el único de los 4 de mi grupo que subía por segunda vez, tal vez el saber lo que no quería que se repitiera de mi experiencia previa, me ayudó y acompañó durante todo este viaje, probablemente desde el mismo momento que empecé a entrenar.
- Utensilios más acordes al viaje: Hay un equilibrio importante a la hora de armarte para este tipo de viajes y que creo que debemos aprender a respetar. Mientras más utensilios y herramientas lleves contigo, es probable que estés mejor preparado para cada acontecimiento, sin embargo nunca debes olvidar que todo eso que quieres llevar, estará siendo cargado por tus propios hombros, así que es fundamental no excederte en peso. Mantener ese equilibrio es fundamental, pues:
- Si vas con poco peso o sin peso (pocas herramientas): es como estar en el polo norte y decidir salir en short y franela a recorrerlo. Simplemente te congelarás.
- Si vas con demasiado peso (demasiadas herramientas): es como estar en el polo norte y salir a recorrerlo con un trineo lleno de cosas y ningún perro de tiro que ayude en la laboriosa tarea de trasladar este equipaje. Simplemente no podrás avanzar.
- La actitud: Ese toque de buen humor y chistes malos que acompañaban las paradas que hacíamos para recuperar aliento, ese optimismo que jamás decía que fuese fácil llegar pero siempre nos decía que era posible que lo hiciéramos, esa seguridad de que llegaríamos y no sólo llegaríamos sino que llegaríamos bien a la cima, esa actitud de tener presente que el objetivo era alcanzable pero sólo trabajando en pro de él es que lo alcanzaríamos, fue un factor decisivo para que en el segundo ascenso fuera tan marcadamente distinto al primero.
- La amistad: El haber subido esta vez con otras 3 personas que no sólo eran mis amigos sino que además, teníamos el mismo interés de que todos llegáramos a la meta, (incluso resolviendo el problema económico que significaba para nuestros bolsillos), el ayudarnos a terminar de montarnos el morral al hombro porque quedó algo mal puesto, el revisar el peso de cada morral después de cada campamento para volver a balancearlos en función de las capacidades de cada uno, el tomarnos en serio el tener que liderar al grupo de 7 aún y cuando nosotros éramos los extraños, fue uno de los recursos que se sumó al resto para marcar la diferencia. Aunque la amistad y los amigos no son imprescindibles para llegar a la cima, el que puedas contar con ellos de forma presente, hace que la experiencia no sólo sea más valiosa, sino definitivamente menos difícil. Es probable que sea difícil que ayudes a cargar el peso que otra persona no puede llevar, pero es muy distinto cuando el que no lo puede llevar es tu amigo.
Y ahora la pregunta es: y que
tiene todo esto que ver con el tema de la burbuja? Pues, no sé, yo tampoco tengo ni
idea jajaja… Mentira, la verdad es que al principio de mi escritura, pensaba
que podría ser obvia la relación pero luego de leerlo, no me parece ni obvia la
relación, ni trivial la respuesta:
En ninguno de los dos ascensos
creo haber estado desconectado de la realidad que subir al Roraima sería una
tarea difícil, en ninguno de los ascensos perdí el norte de cuál era el
objetivo (aunque casi perdimos el camino la primera vez), pero lo que sí es
seguro es que en el segundo ascenso estaba mejor preparado para lograrlo.
Físicamente había entrenado mejor, mi morral era mejor, mi sleeping era mejor,
mi actitud era mejor, en fin, las herramientas con las que subí la segunda vez,
tanto las internas como las externas, eran mucho mejores que las de mi primera
vez y esto marcó una diferencia importante entre ambas experiencias y sus
resultados: en la primera, “pasé roncha”, en la segunda, disfruté el viaje, no
sólo la cima. Supongo que estas mejores herramientas no me desconectaron de la
realidad, sólo me permitieron estar mejor preparado para vivirla.
Una burbuja desde lo que entiendo
como una crítica, nos aísla y no nos permite entender y comprender la realidad
a nuestro alrededor. Tener herramientas, cada vez mejores, nos ayuda a vivir la
vida con una mejor preparación para afrontar lo que en ella suceda. Ahora bien
en qué momento una herramienta se vuelve parte de la coraza de una burbuja? Ese
es el dilema: Si decidiera que mi próxima subida al Roraima fuese en
helicóptero, en este caso, de seguro el helicóptero podría verse como una
herramienta para algunos y como una burbuja para otros (al usar un helicóptero,
no tienes que acampar, no tienes que caminar, no tienes que cargar el morral
por días, etc). Entonces, es el helicóptero una herramienta para subir el
Roraima? O es una burbuja que me abstrae de la realidad de subir el Roraima? Y
creo que esto no es una respuesta binaria simple, no es fácil discernir entre
si es una herramienta o una burbuja, pero creo que la aproximación a dar una
respuesta es que el helicóptero siempre será visto como ambas cosas, y
dependerá de quién lo está viendo. El helicóptero puede ser visto como una
herramienta para aquél que lo usa, pues a través de éste, logra el objetivo
propuesto que es conocer la cima del Roraima. Seguro su esfuerzo físico es
mucho menor pero su esfuerzo económico mucho mayor que para aquél que, como yo,
se fue caminando hasta la cima (o un esfuerzo de mucha mayor preparación en
caso de querer ser el piloto del helicóptero).
Para un caminante, el que otro haya subido en helicóptero puede ser visto como un “abuso”, como una forma irreal
de conocer el Roraima, como un “atajo” como una forma “tramposa” de conocer la
cima, en fin, como una burbuja que le permite volar por encima de la "relidad de subir al Roraima". Para un piloto, tal vez es una de las mayores aventuras poder aterrizar
sobre un tepuy, poder pelear contra el clima, los vientos y la nubosidad del
tepuy, poder lidiar con la cantidad de combustible y asegurar un retorno
seguro. Para un turista, tal vez de edad avanzada y/o con
dificultades para caminar, puede ser el helicóptero, casi la única forma de
alcanzar esa cima, así le cueste los ahorros de toda su vida… El
caminante, el piloto y el turista lograron su objetivo, cada uno a su manera, cada uno con las herramientas que tenía a
la mano y con las que su vida y su experiencia le han permitido tener,
herramientas que trabajaron, que se esforzaron por conseguir y que hoy tienen a
la mano, entonces, cuál herramienta es más valiosa? cuál cima es más
significativa? Cuál es más verdadera? Cuál de ellas no es la cima del Roraima?
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