lunes, 24 de septiembre de 2012

La aventura de No llegar a la meta



En el año 2009, en alguna de esas reuniones entre panas, salió el cuento de aquella época en la que yo había realizado el curso básico de Espeleología con la gente del Centro de Espeleología de la Universidad Simón Bolívar y que la salida para aprobar el curso había sido ir a una cueva que yo recordaba como una cueva súper interesante, la cueva Walter Dupouy.

Como varios de los panas quedaron interesados en lo de la cueva, les prometí que me pondría en contacto con Climbing Venezuela, con quienes ya había hecho varios viajes, para ver si ellos nos llevaban a esta cueva.

La noticia fue buena, Daniel Macedo, gran pana de Climbing Venezuela me dijo que sí, que nos llevaba para la cueva pues formaba parte de los paseos que ofertaba pero que no todo el mundo la conocía así que hasta creo que se alegró en armar este viaje para nosotros.

Ya había cumplido con mi parte, ya teníamos guías para ir a Walter, ahora la pregunta de siempre: Cuántos somos? Y así fue como al llamado se unieron German, Henry (el negrito), Erik, Gonzalo (gonzo) y Henry (el enano). Teniendo guías y grupo sólo había que ponerle fecha, y así fue como un sábado de Marzo de ese mismo año nos encontrábamos en camino a Walter.

La cueva Walter Dupouy se encuentra cerca del pueblo de Capaya, en el Estado Miranda, en el cerro Piedra Azul y que se forma a través del recorrido de la quebrada Santa Cruz. Una de las cosas más interesantes de esta cueva es que, a pesar de que no es muy larga, pues el recorrido es de poco más de 1 kilómetro, hay un desnivel desde su boca hasta su parte más baja de unos 120 metros, lo que hace que las cuerdas, el rappel, el nadar y el canyoning se junten en una misma aventura.

Estacionamos los carros en el pueblo de Capaya y de ahí nos tocaba caminar por cerca de hora y media por el sendero boscoso que nos llevaría a la cueva. La caminata le recordó a cada uno de nosotros lo bueno que es hacer ejercicio a diario, pues cuando no lo haces terminas con la lengua de corbata.

Agarramos mínimo, descansamos un rato en la entrada de la cueva, nos pusimos los equipos y después de las explicaciones de seguridad, nos adentramos al mundo desconocido de Walter. Caminando a oscuras nos adentramos hasta el sitio donde arrancaba el primer rapel, un rappel de pocos metros de profundidad pero que se hacía por un túnel de roca (sumidero) en el que, después de  bajar los primeros metros, había que enfrentar la fuerza de la quebrada, y el frío del agua.


Y así fue, uno a uno se fue hundiendo por el sumidero y desapareciendo bajo las aguas, hasta que me tocó a mí… Lo que aprendes en el canyoning como regla más importante es que, después que te encuentras debajo de la cascada no debes mirar hacia arriba pues el agua te cae directo en la cara y puede comprometer tu respiración, así que viendo hacia abajo y después que el agua apagó mi linterna, fui descendiendo totalmente a oscuras hasta que toqué piso y vi la luz de la linterna de los otros del grupo.

Nos reunimos en una pequeña galería mientras esperábamos a que el resto del grupo completara la bajada por el sumidero; cada uno llegaba con la misma cara de susto por la fuerza del agua. Tocaba ahora empezar el camino al segundo descenso, así que partimos para conseguir sólo unos pocos metros una sorpresa inesperada… La temporada de lluvia había hecho de las suyas y la quebrada había traído consigo una importante cantidad de barro, piedra y rocas que al combinarse de una manera muy “murphiniana” terminan convirtiéndose en la represa perfecta que cubre la única entrada posible hacia el resto de la cueva. 

Viendo que no había opción, pues aunque pudiésemos abrir el camino sería altamente arriesgado entrar y que luego se tapara a nuestras espaldas, decidimos en conjunto abortar la misión y regresar por el camino que habíamos recién empezado. Y así fue, nos tomamos algunas fotos y empezamos el ascenso por el sumidero, esta vez con el agua en contra y utilizando la técnica de ascenso por cuerdas conocida como “jumarear”. El rappel era algo que casi todos habíamos hecho pero el jumar es una técnica un poco más complicada, sin embargo, después de los tropiezos y combinando el jumar con escalada y hasta las técnicas de infancia de trepar árboles, salimos todos intactos.

Volvimos al pueblo de Capaya y picados por no haber terminado la cueva, terminamos comprando una caja de birras y nos fuimos a higuerote,  para terminar el día disfrutando de la playa, pues aunque no fue lo que planificamos, parecía una buena segunda opción.

Definitivamente no pudimos completar nuestra meta, y de hecho no hemos intentado ir a descubrir Walter nuevamente, sin embargo de ese día me quedó algo importante y que es la esencia de lo que quería compartir con ustedes… Hay quienes consideran que una aventura es aquello que vives desde que sales de tu hogar hasta que llegas de nuevo a él, pasando por el haber alcanzado el destino que te habías trazado. Creo que en la mayoría de los casos eso es lo que ocurre, pues hasta yo pensaba que era así, sin embargo, después de haber vivido este intento inconcluso de entrar a Walter, me di cuenta que este concepto debía auto-ajustarlo: Una aventura es todo aquello que haces para llevar a cabo el plan que te trazaste aún y cuando este se desvíe o incluso cuando lo consideras no culminado por no haber alcanzado la meta. Y es que aunque la cima no haya sido alcanzada o no hayas llegado al punto al que querías llegar, en el camino que recorriste aprendiste técnicas y herramientas que podrás utilizar en el futuro, o bien para mejorar tu plan y ahora si conseguir la meta o bien para alcanzar otra meta, otra montaña, otra cueva.

Una vez oí decir que vivir la vida no significa alcanzar la meta, vivir la vida es disfrutar el camino que recorres mientras vas hacia esa meta. Walter fue para mí un ejemplo claro de esta forma de ver la vida.


Fotos cortesía de Daniel Macedo, Climbing Venezuela.
Tomadas el 09 de Marzo del 2009 dentro de la Cueva Walter Dupouy
 

jueves, 20 de septiembre de 2012

En el mar, la vida es más sabrosa!



Hace varios años atrás conocí a quien considero la eminencia en el mundo del Kayak, a su majestad Aramis Mateo. 

Aramis, en tierra es como cualquier otro venezolano optimista, que está empeñado en creer que en este país todos alcanzaremos nuestros sueños, al punto que tiene su propia empresa, Biotrek y ofrece en ella un sinfín de rutas para conocer nuestro país de una manera distinta, a través de sus ríos, lagos, lagunas y sobre todo a través de nuestro hermoso mar Caribe. En mar no sé qué pasa, pero el optimismo se le multiplica a tal punto que ha recorrido la costa venezolana completamente y de manera continua en al menos dos ocasiones, en el 2010 en el reto a la costa, en dónde pasó 63 días navegando desde Sucre hasta el Zulia y en el 2011 cuando hizo el reto a las islas en el que, saliendo de Río Caribe, fue tocando día a día todas y cada una de las islas de Venezuela (Los testigos, Los Frailes, Margarita, Coche, Cubagua, La Blanquilla, La Tortuga, La orchila, Los Roques, Las aves y Los Monjes) y algunas internacionales (Curazao y Aruba)

Después de conocerlo, hice con él varios viajes cortos en kayak que por una razón u otra terminaban desviándose y nunca llegaron a su meta, pero que me permitieron conocer este entretenido pero duro deporte. Y así fue como un día me dejé convencer por Aramis de que yo estaba listo para ir a hacer Kayak en la Tortuga.

En Junio del 2009, nos lanzamos bien temprano para el puerto de Higuerote donde nos esperaba el yate que nos llevaría desde allí hasta el conjunto de islas que conforman la tortuga. El viaje fue como de 3 horas y lo que hice fue dormir, hasta que sentí que la velocidad del yate se redujo y alguien gritó… llegamos??? Me asomé y ya veía tierra, además de un mar azul espectacular. 

Desembarcamos y bajamos del yate los kayaks en Punta Arenas, empezamos con la repartición… Cada quien fue armando a su gusto el kayak pero siempre siguiendo las recomendaciones e instrucciones de Aramis. Una hora después, a golpe de 11, empezamos la travesía que consistía en navegar de suroeste a noreste por toda la costa de la isla más grande (creo que se llama Tortuguillo Norte) de las que conforman la Tortuga, desde Punta Arenas hasta Punta del Gato. La verdad es que no sé cuanto remé en kilómetro o millas náuticas, lo que sí sé es que ya para ese momento estaba “reventao”. 

Al llegar a Punta del Gato, pensé que la odisea del primer día había terminado, aunque la playa estaba desolada y no era nada atractiva pero bueno, de seguro en alguna parte de tan inmensa isla, habría un  rincón bonito donde acampar. También me extrañaba que el yate de apoyo no se viera por ninguna parte. Ahí fue que me di cuenta que esto era sólo un descanso, pues el campamento no se encontraba en esa isla sino en el cayo herradura, un cayo que estaba al frente de dónde estábamos y aún se veía distante.

Para llegar a cayo herradura hay que navegar en mar abierto y con corrientes de agua y de viento a las que no nos habíamos enfrentado durante nuestro primer tramo (estábamos protegidos por la isla). Lo bueno es que en una punta de cayo herradura hay un faro y la orden fue, navega hacia el faro siempre, pues el viento y la corriente se empeñaran en sacarte de esa ruta. El balance entre mi terquedad en navegar hacia el faro y las fuerzas del viento y el mar chocándome lateralmente y desviándome de mi meta fue lo que permitió terminar justo frente al campamento que no quedaba ni cerca del faro al que apuntaba.

Así fue como llegué al cayo, donde me sorprendió ver tan lujosas y enormes embarcaciones, una al lado de la otra disfrutando de un día de playa como cualquier otro. Intentar comparar el tamaño de esas embarcaciones con el tamaño del kayak era una especie de chiste irónico en el que el kayak siempre salía perdiendo, no importa cuál comparación hicieras. Más tarde me di cuenta que los dueños o residentes temporales de esos yates estaban tan impresionados de mi embarcación como yo de la de ellos, pues no se imaginaban como alguien estaba tan demente como para navegar a punta de brazo y remo por la tortuga. Se notaba que no sabían de los planes de Aramis para el 2010 y el 2011.


Al llegar al sitio del campamento, salí del kayak me quité el equipo y me eché un chapuzón para disfrutar la belleza de tan espectacular lugar. Mientras me bañaba cayó el atardecer y aproveché el momento para algunas fotos que permitiera capturar tanta belleza venezolana junta.


El campamento ya estaba montado así que tocó cambiarse para luego compartir la experiencia con los que habían llegado en yate y hasta algunos pescadores. Nos sentamos cuál familia grande “kayakistas” y pescadores a disfrutar de las historias y anécdotas de tan pintoresco lugar. El ron, los cuentos y el pescado frito se unieron de la manera perfecta, hasta que el mareo de tierra (o la ebriedad) me señalaba que era momento de ir a dormir. Justo antes de entrar a la carpa, miré al cielo y agradecí por haber tenido la oportunidad de conocer esta belleza venezolana de esta manera, no sin antes también disfrutar de tan grandioso espectáculo nocturno.

Mucho aprendí de esta gran experiencia y me quedará siempre la lección aprendida de que en la vida debemos conseguir el balance entre el empeño que le ponemos a las cosas y las fuerzas que creemos que juegan en nuestra contra... Tal vez es justo el equilibrio entre estas fuerzas y la asertividad e inteligencia que utilicemos, lo que nos permitirá llegar a la meta planteada...