Recuerdan que les dije que después del paracaidismo
iba a probar con el parapente? Pues así fue. Viendo que el tema de la caída libre
no era algo que fuese a vivir en el corto plazo en la escuela de San Juan de
los Morros y sabiendo que el planear en el paracaídas me gustaba pero duraba
poco, me puse a averiguar acerca del parapente. Hasta donde sabía, el Jarillo
era el sitio por excelencia, o por renombre, pero no es el único, de hecho me
sorprendí de la cantidad de personas/escuelas que ofrecen este servicio.
De todas las opciones me decidí por la que más
me llamó la atención. El vuelo sería en tándem y partía desde el picacho de Galipán
y terminaba en la Guaira. La ruta me gustaba porque me parecía que podía ser un
vuelo largo y eso era justo lo que quería explorar, sin embargo había otra
razón… Normalmente cuando visitas Galipán, si hay buen clima, la vista hacia la
Guaira es una belleza, no sabes donde el azul del cielo termina y empieza el
mar. Tener la oportunidad de sobrevolar esa vista fue algo que me enamoró desde
que supe que podía “parapentearla”.
Llegó el día, el punto de encuentro era el estacionamiento
del hotel Ávila. De allí unos Jeeps nos subirían a Galipán y de allí caminar al
picacho con los parapentes al hombro. Llegamos al picacho y disfrutamos de ver
el amanecer desde allá arriba. Ver los colores del amanecer detrás del
simbólico hotel Humboldt es algo difícil de describir, sobre todo porque a
medida que el amanecer avanza, el color del cielo va cambiando desde rosados
hasta azules, definitivamente, todo un espectáculo.
El maestro de vuelo veía constantemente hacia
una parte del Ávila, esperando que las nubes bajaran como una cascada, según entiendo,
este viento que mueve las nubes de la cara sur del Ávila, a la cara norte, es
el viento que estábamos esperando, así que ya era hora, desplegamos el
parapente en el piso, revisamos los vientos del parapente, y nos instalamos
frente a la “pista”.
Al verme frente a la pista mi comentario fue:
pana, y el barranco no está como muy cerca? La respuesta fue: sí por eso
tenemos que correr durísimo.
Mientras esperábamos el momento oportuno, el
maestro de vuelo me explicaba que además que el tramo para correr era muy
corto, el barranco era bastante pronunciado, por lo que si no agarrábamos vuelo
nos podíamos dar un buen “bollo”, además que después desenredar el parapente
era un soberano fastidio. El mensaje era claro, aquí hay que correr como Bolt
en las olimpiadas. Llegó el momento y en efecto la corrida fue tal, que aún
cuando nos elevamos del suelo yo seguía corriendo en el aire.
Y así empezó el vuelo, paseamos por gran parte
de la cara sur del Ávila en camino a la Guaira. Incluso podía ver desde arriba
lo poco que queda de las estaciones de aquella idea de teleférico que subiera
al Ávila desde la Guaira. El vuelo iba a durar de 45 min a 1 hora, sin embargo
algunas piruetas redujeron ese tiempo. Mientras volábamos, le comenté al
maestro de vuelo que ya había hecho paracaidismo y que una de las cosas que me
gustaba era hacer radicales (el radical consiste en colapsar una de las alas
del paracaídas/parapente, lo que hace que puedas hacer unos giros en forma de
remolino). El maestro de vuelo me dijo que si los radicales en un paracaídas me
habían parecido buenos, tenía que probarlos en parapente y así fue, aunque
sacrificaba minutos de vuelo, quería ver que tal eran los radicales en un
parapente.
Debido a que el ala del parapente es mucho más
grande, para hacer radicales primero había que pendular, es decir, colapsar
primero un ala y luego el otra de manera repetitiva. Esto nos permitía subir
cada vez más nuestra posición con respecto al suelo y cuando ya estábamos casi
a 90 grados, zas! Colapsamos el ala y empezamos a girar haciendo movimientos
cual remolinos y con única referencia el Ávila. Cada vez que veía la montaña
sabía que había dado una vuelta completa y la vi como 6 veces.
Hicimos un par de estos radicales y después de
disfrutar de la adrenalina, nos acercamos al mar, de hecho volamos unos cuantos
metros hacia el mar para luego devolvernos buscando el sitio de aterrizaje.
Avistado el sitio nos dirigimos al punto y piernas arriba para aterrizar como
quien se barre para quedar quieto en 3era base.
Fuimos el primer equipo en volar y el primero
en aterrizar, así que mientras esperábamos al resto de los parapentistas, me dio
tiempo de comerme unas empanadas playeras y un buen cafecito recién “colao”.
Complacido con el vuelo y con el desayuno, y
luego de agradecer la oportunidad al maestro de vuelo, nos pusimos a hablar un
poco de este deporte mientras esperábamos los jeeps que nos regresarían a
Caracas con una última sorpresa. Para cerrar la aventura, el regreso lo hicimos
por el Ávila, haciendo la respectiva parada en Galipán, disfrutar un rato de
este pueblo y sus colores.
Como cada una de mis experiencias, esta fue
única y aunque creía que podría compararlas, al final nunca pude, cada deporte
me dejó una experiencia y un aprendizaje, cada vuelo fue distinto y en cada uno
las emociones fueron diferentes. Lo que sí me dejaron los radicales en
parapente que no habían hecho los del paracaídas… un dolor de abdominales
importante jejeje.
Fotos tomadas durante mi vuelo en parapente
desde el picacho de Galipán el 11 de enero del 2007
Excelente la foto de las cascadas de nubes. Realmente bella. Muy buena experiencia. Una vez pence en comprarme un ala ya que el deporte me llama la atención. Quien sabe si nos animamos e incursionamos más en este mundo.
ResponderEliminarPero esa incursión bien hecha... no como la historia de un pana mío que terminó en un arbol y con la rodilla golpeada.... jejeje
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