Hay quienes dicen que el volar es algo que
odias o amas desde la primera vez. En mi
caso no estoy claro de si fue amor u odio a primera vista.
En el año 2006
nos dio por aventurarnos por los aires. Nuestra primera idea fue probar el
paracaidismo, así que nos fuimos a la escuela que queda (o quedaba, no lo sé)
en san Juan de los Morros para disfrutar de esta aventura. Nos imaginábamos que
llegaríamos a San Juan, que nos darían una charla de un par de horas y que
disfrutaríamos de un salto tándem (salto en el que un maestro de vuelo salta
contigo compartiendo el paracaídas, de manera que es él quien controla toda la
situación), sin embargo, al llegar a la escuela, nos damos cuenta que la charla
era de unas 5 horas y que el salto era en solitario. Se podrán imaginar la cara
de todos nosotros al oír lo que nos tocaba vivir.
Después del
entrenamiento y de pasar unas cuantas horas en práctica continua, Henry, German
y yo estábamos “listos” para saltar. A golpe de 4:00 pm nos tocó montarnos en
la avioneta y la cosa empezó a hacerse cada vez más complicada. Llegamos a los
4.000 pies de altura (unos 1200 mts) y resulta que abren la puerta de la
avioneta. El primero que le toca saltar es a Germán y pues Henry y yo sólo
veíamos a nuestro amigo acercarse peligrosamente a la puerta abierta de una
avioneta, para luego guindarse del ala de la misma. De repente vemos que se resbala
y zas! desaparece en menos de 2 segundos. Por mi mente sólo pasó una frase: Qué
demonios hago yo aquí?
Llega el turno
de Henry y a él le va mejor pues no se resbaló pero esta vez yo sólo miré de
reojo. Cierran la puerta de la avioneta para estar más seguros y planificar el
siguiente salto, pero al verme sólo con los maestros de salto, la conclusión
era simple, me tocaba saltar!
Me coloco al
lado de la puerta de la avioneta y frente a mi estaba el maestro de vuelo. Lo
primero que sucede, se abre la puerta y el frío del aire del exterior aumenta
el miedo y la adrenalina. El maestro pregunta: Listo para saltar? A lo que
respondo: Listo (si, claro), en este momento me debo asomar a la puerta y dejar
mis piernas al aire, fuera de la avioneta. Me dije a mi mismo, no veas hacia
abajo, seguro será peor. Yo pensaba que eso sería difícil pero era sólo el
principio.
Frente a mí
había un par de escalones tan anchos como el ancho de mi zapato. Ahora debía
colocar mis pies en los escalones y mis manos en el tubo que sostiene el ala
del cuerpo de la avioneta. Luego de estar sostenido debía levantarme, y sacar
todo mi cuerpo de la nave. El siguiente paso era ir avanzando hacia el borde
externo del ala y quedar literalmente guindado del ala de la avioneta solo con
mis manos, pues mis pies debían quedar totalmente en el aire. A mi lado estaba
el maestro de vuelo y lo único que me dijo fue GO!. Era el momento de soltarme.
Lo pensé y tal vez pasaron 3 segundos pero para mí fue una eternidad. El
maestro me repitió GO! Y no quedó de otra, me solté!
De acuerdo a lo que habíamos practicado: En este
momento debía colocar mis pies lo más atrás posible, al igual que mis manos
para provocar que mi cuerpo tuviese el mismo comportamiento que una hoja al
caer de un árbol. Estando en esta posición debía contar hasta 5, viendo hacia
la avioneta, para luego chequear que mi paracaídas hubiese abierto. Durante la
mirada hacia la avioneta debía ver a mi maestro para recibir la evaluación de
mi salto con una de las siguientes opciones: Sin señas, el salto fue de malo a
regular, un pulgar, el salto fue de regular a bueno y dos pulgares, el salto
fue impecable.
Lo que pasó en
realidad: En efecto puse mis manos y pies de acuerdo a lo que me explicaron
pero sólo recuerdo haber contado hasta dos, mientras veía como la avioneta se
alejaba de mí y de repente, un sonido como cuando agitas una bolsa para
llenarla de aire. Mi caída se ve frenada y en este momento pareciera que vuelvo
a tomar consciencia de lo que pasa. Tomo el paracaídas tal y como me explicaron
y empiezo a seguir las instrucciones que oigo a través del radio. Me doy cuenta
que estoy volando!
El vuelo fue
una sensación genial, me permite aprender un poco acerca de cómo maniobrar con
el paracaídas y me orientan acerca de lo que debo hacer para llegar al punto de
aterrizaje, no sin antes practicar algunas piruetas que me permiten disfrutar
aun más el momento. A todas estas me doy cuenta que nunca supe nada acerca de
los benditos pulgares. Doy la vuelta para tener el viento de frente, utilizo
los frenos y aterrizo como si hubiese saltado 100 veces, aterrizaje perfecto.
Terminado el
salto me hacen una evaluación que consistía en contarle a mi maestro de vuelo
mi experiencia. Le describí algo muy parecido a lo que leyeron, explicándole
que hubo un momento que no recordaba bien. Resulta que mi maestro de vuelo oyó
que conté hasta 5, e incluso me hizo la señal de los dos pulgares, pero yo no
sabía si contentarme o preocuparme por no recordarlo. Me explicó que tuve un
blanco, al parecer el término refiere a que no recuerdas ciertos momentos del
salto debido a la cantidad de adrenalina que se generó. Para mi alivio, es más
común de lo que creía, sobre todo en principiantes.
Finalizada la
evaluación, sólo quedaba celebrar. Aún con las piernas temblorosas, fuimos a
pagar la novatada, cada primerizo debía comprar una caja de cervezas para el
grupo. Hicimos la vaca y además de las cervezas terminamos montando una
parrilla (para variar).
La experiencia
de saltar la repetí un vez más en la misma escuela, incluso llegué al punto
de practicar la apertura del paracaídas, sin embargo mientras más saltaba, más
me daba cuenta que lo que me gustaba no era saltar, era volar. Decidí que debía
probar algo diferente, un tipo de deporte cuyo objetivo fuese estar en el aire
y disfrutar esa sensación parecida a la que debe sentir un ave al alzar el
vuelo. Era el momento de parapentear!
Foto tomada en
la pista del aeropuerto de San Juan de los Morros después de haber completado
mi segundo salto, en el año 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario