Hace varios años atrás conocí a quien considero
la eminencia en el mundo del Kayak, a su majestad Aramis Mateo.
Aramis, en tierra es como cualquier otro
venezolano optimista, que está empeñado en creer que en este país todos
alcanzaremos nuestros sueños, al punto que tiene su propia empresa, Biotrek y ofrece en ella un sinfín de rutas para conocer nuestro país de una
manera distinta, a través de sus ríos, lagos, lagunas y sobre todo a través de
nuestro hermoso mar Caribe. En mar no sé qué pasa, pero el optimismo se le
multiplica a tal punto que ha recorrido la costa venezolana completamente y de
manera continua en al menos dos ocasiones, en el 2010 en el reto a la costa, en
dónde pasó 63 días navegando desde Sucre hasta el Zulia y en el 2011 cuando
hizo el reto a las islas en el que, saliendo de Río Caribe, fue tocando día a
día todas y cada una de las islas de Venezuela (Los testigos, Los Frailes,
Margarita, Coche, Cubagua, La Blanquilla, La Tortuga, La orchila, Los Roques, Las
aves y Los Monjes) y algunas internacionales (Curazao y Aruba)
Después de conocerlo, hice con él varios viajes
cortos en kayak que por una razón u otra terminaban desviándose y nunca
llegaron a su meta, pero que me permitieron conocer este entretenido pero duro
deporte. Y así fue como un día me dejé convencer por Aramis de que yo estaba listo
para ir a hacer Kayak en la Tortuga.
En Junio del 2009, nos lanzamos bien temprano
para el puerto de Higuerote donde nos esperaba el yate que nos llevaría desde
allí hasta el conjunto de islas que conforman la tortuga. El viaje fue como de
3 horas y lo que hice fue dormir, hasta que sentí que la velocidad del yate se
redujo y alguien gritó… llegamos??? Me asomé y ya veía tierra, además de un mar
azul espectacular.
Desembarcamos y bajamos del yate los kayaks en
Punta Arenas, empezamos con la repartición… Cada quien fue armando a su gusto
el kayak pero siempre siguiendo las recomendaciones e instrucciones de Aramis.
Una hora después, a golpe de 11, empezamos la travesía que consistía en navegar
de suroeste a noreste por toda la costa de la isla más grande (creo que se
llama Tortuguillo Norte) de las que conforman la Tortuga, desde Punta Arenas
hasta Punta del Gato. La verdad es que no sé cuanto remé en kilómetro o millas
náuticas, lo que sí sé es que ya para ese momento estaba “reventao”.
Al llegar a Punta del Gato, pensé que la odisea
del primer día había terminado, aunque la playa estaba desolada y no era nada
atractiva pero bueno, de seguro en alguna parte de tan inmensa isla, habría
un rincón bonito donde acampar. También
me extrañaba que el yate de apoyo no se viera por ninguna parte. Ahí fue que me
di cuenta que esto era sólo un descanso, pues el campamento no se encontraba en
esa isla sino en el cayo herradura, un cayo que estaba al frente de dónde
estábamos y aún se veía distante.
Para llegar a cayo herradura hay que navegar en
mar abierto y con corrientes de agua y de viento a las que no nos habíamos
enfrentado durante nuestro primer tramo (estábamos protegidos por la isla). Lo
bueno es que en una punta de cayo herradura hay un faro y la orden fue, navega
hacia el faro siempre, pues el viento y la corriente se empeñaran en sacarte de
esa ruta. El balance entre mi terquedad en navegar hacia el faro y las fuerzas
del viento y el mar chocándome lateralmente y desviándome de mi meta fue lo que
permitió terminar justo frente al campamento que no quedaba ni cerca del faro
al que apuntaba.
Así fue como llegué al cayo, donde me
sorprendió ver tan lujosas y enormes embarcaciones, una al lado de la otra
disfrutando de un día de playa como cualquier otro. Intentar comparar el tamaño
de esas embarcaciones con el tamaño del kayak era una especie de chiste irónico
en el que el kayak siempre salía perdiendo, no importa cuál comparación
hicieras. Más tarde me di cuenta que los dueños o residentes temporales de esos
yates estaban tan impresionados de mi embarcación como yo de la de ellos, pues no
se imaginaban como alguien estaba tan demente como para navegar a punta de
brazo y remo por la tortuga. Se notaba que no sabían de los planes de Aramis
para el 2010 y el 2011.
Al llegar al sitio del campamento, salí del
kayak me quité el equipo y me eché un chapuzón para disfrutar la belleza de tan
espectacular lugar. Mientras me bañaba cayó el atardecer y aproveché el momento
para algunas fotos que permitiera capturar tanta belleza venezolana junta.
El campamento ya estaba montado así que tocó
cambiarse para luego compartir la experiencia con los que habían llegado en
yate y hasta algunos pescadores. Nos sentamos cuál familia grande “kayakistas”
y pescadores a disfrutar de las historias y anécdotas de tan pintoresco lugar.
El ron, los cuentos y el pescado frito se unieron de la manera perfecta, hasta
que el mareo de tierra (o la ebriedad) me señalaba que era momento de ir a dormir.
Justo antes de entrar a la carpa, miré al cielo y agradecí por haber tenido la
oportunidad de conocer esta belleza venezolana de esta manera, no sin antes
también disfrutar de tan grandioso espectáculo nocturno.
Mucho aprendí de esta gran experiencia y me quedará siempre la lección aprendida de que en la vida debemos conseguir el balance entre el empeño que le ponemos a las cosas y las fuerzas que creemos que juegan en nuestra contra... Tal vez es justo el equilibrio entre estas fuerzas y la asertividad e inteligencia que utilicemos, lo que nos permitirá llegar a la meta planteada...
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