Hay quienes dicen que la aventura no es llegar
a la meta, al contrario, la aventura es recorrer el camino que te lleva a la meta
trazada y de eso estoy convencido, tan convencido que esta historia y esta foto
no muestran la meta que quería conseguir, sólo muestra un momento capturado en
el camino.
En diciembre del año 2010 tuve la oportunidad
de navegar desde el puerto de Samariapo en el estado Amazonas, con la intensión
de conocer el Tepuy Autana desde su más cercano vigilante, el cerro Wahari. El
viaje lo hicimos en un barco llamado la iguana y la ruta te lleva por tres
ríos, el Orinoco, el Sipapo y el Autana. De seguro en otro momento les cuento
del cómo terminó esa historia pero esta vez me concentro en cómo llegué a esta
foto.
Luego de dejar atrás el puerto, de atravesar
parte del Orinoco y de haber entrado en las aguas oscuras del Sipapo, dormimos
a orillas del río en una noche que fue más fría de lo que imaginaba.
Conseguir el sueño fue complicado, una cucaracha
del tamaño de un ratón movió la noche a muchos de los que estábamos en el
barco, por supuesto que el tamaño de la cucaracha puede ser exagerado pero eso
no se ve en “caraca”. Llegada la calma y luego de cenar y echar cuentos, fuimos
a dormir, consiguiéndonos con varios sonidos que a muchos le parecieron
insoportables pero que a otros, como de costumbre, nos servían de ritmo que te
invitaban al sueño. Estos sonidos no eran más que el mecer de los chinchorros
que hacían que se ajustaran los nudos de los mecates, los grillos que se oyen
con la claridad de un Televisor encendido en medio de la sala o alguno que otro
animal nocturno que al asomarse, movía las aguas del calmado Sipapo. Sólo
cuando entras en sintonía con estos sonidos, te das cuenta de lo sortario que
eres de tener este arrullo natural para dormir.
De repente oí a un monstruo que pareciera venir
de la peor de las películas de terror, un sonido que sólo se asemeja al sonido
de mi peor pesadilla hecha realidad y en el medio de un río que no conozco.
Recuerdo lo mala que fue la película de Anaconda pero a su vez me pregunto será
que algo como eso está allá fuera? Trato de calmar el miedo y de relajar la respiración
para enfocar mi oído y descifrar eso que me despertó. Irónicamente me doy
cuenta que el monstruo no es más que uno de mis compañeros con un ronquido que
despierta a todo el barco, y de seguro a más de un pobre animalito del rio y de
la selva, el ronquido de Angel (compañero de viaje y amigo personal). Luego de
esto, ya sin sueño y atraído por el aroma de un café recién colado, salgo de la
cama y me consigo con este espectáculo de dos soles en medio de un raudal en
nuestro estado Amazonas.
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