Esta historia tiene el honor de haber sido seleccionada para formar parte de la Revista Rio Verde en su 9na edición, que está a la venta a nivel nacional en Venezuela.
Si la compran y quieren, se las firmo jejeje
Que la disfruten!
Cada
vez que hacemos una excursión, vivimos miles de sensaciones y emociones que son
difíciles de mencionar en palabras pero que de seguro a cada excursionista que
me está leyendo, le es fácil entender con solo haberlo mencionado. En mi caso
casi siempre la primera emoción es la misma… Necesito ir al monte, necesito mi
morral al hombro. Una vez que me pica la necesidad de alejarme del mundo empiezo
a buscar apoyo, tanto de amigos que se anoten en mi loca aventura como del
dinero necesario para hacer la excursión, incluso ambas cosas antes de tener
claro cuál es mi próximo destino. Hablas con los más cercanos, riegas la voz,
haces una rifa para tener dinero y ligas que no gane nadie para no tener que
comprar el premio, pero al mismo tiempo le das vuelta a la cabeza para saber
hacia dónde apuntarás esta vez tu brújula.
De repente y sin más, listo! ya sé
cuál es el destino, y la duda pasa a seguridad pues algo me llama a ese
destino, por algo fue escogido. Ya pasé por la alegría de que nadie se ganara
la rifa o por la tristeza de tener que invertir y pagar el premio al ganador,
ya sé quiénes se anotaron a mi aventura, y quienes con tristeza me dicen: Pana,
en esta no podré acompañarte.
El momento de hacer el morral es
cumbre, que meto? Que no meto? Dónde está la camisa de la suerte? (o el amuleto
que por alguna razón todos tenemos), listo ya está armado, no pero pesa mucho y
falta meter la comida, que se me olvida? Será que necesitaré esto? De repente
en la casa se oye un grito que siempre pone a mi mamá nerviosa: Mamá me llevo
el cafeeeeé, Vuelvo en una semana y media! Y saliendo de la casa siempre es lo
mismo…. Se me olvidó meter la caleta!(1)
Las emociones de alegría y
nerviosismo se juntan cuando ya tomo la vía que va de mi selva de concreto al
destino trazado y me digo a mi mismo, lo logré! Y de repente reflexiono y me doy
cuenta que apenas es el comienzo. No he ni
rodado 20 kilómetros cuando empiezo a revisar el koala y el morral para
asegurar que todo está en su sitio.
De repente llego al lugar en donde
empieza la ruta y los primeros pasos son excitantes, al fin voy en camino a la
cima, al fin voy en la dirección correcta. Esta emoción dura mucho o poco pero
la verdad creo que a todos nos pasa lo mismo, llegamos a ese punto de quiebre
en donde nos preguntamos: quién me dijo a mí que me metiera en este rollo?
Cuándo se me ocurrió a mi esta “brillante” idea? Qué fácil era quedarme en
semana santa en la playita. Creo que estas preguntas pasan en los primero
kilómetros, para los que somos menos experimentados, y tal vez en el segundo o
tercer día para los que más conocen de este mundo, pero me atrevería a decir
que a todos nos pasa por la mente, y a veces hasta lo compartimos con el resto
de los panas de la excursión, generando un momento en donde las emociones pasan
a colectivo y te das cuenta que no eres el único que lo piensa, pero si el
único que se atrevió a decirlo de primero.
No importa cuántas veces se monta el
campamento, al día siguiente hay que desmontarlo, no importa cuántas veces te
tropiezas, hay que levantarse y seguir caminando, no importa cuántas veces
subas una loma, de seguro viene ahora una bajada y te preguntas, pero si yo lo que
quiero es hacer cima, por qué tiene que venir una bajada?
El camino se hace difícil, el día
está totalmente nublado, el ánimo te
tumba, cada persona del grupo se encierra en sus propios sentimientos y
dolores, y aunque son similares, necesitas ese tiempo a solas para saber qué es
lo que realmente pasa por tu mente, porque no te atreves a preguntarte qué es
lo que realmente sientes.
Aún a kilómetros de distancia del
lugar, me siento porque no aguanto el morral, los pies me matan y siento que no
puedo más. Otra vez vuelve a mi mente el momento en que armé el morral: lo
sabía no debí meter tanto perolero. Lo impresionante es que ante tan fuerte
sensación de derrota y casi de renuncia, el cielo se despeja, el camino te
brinda una refrescante brisa fría y a lo lejos la naturaleza te muestra la
razón por las que has pasado por cada una de estas sensaciones. Casi como
pintado y perfecto aparece el cuadro de la cima a la que quiero llegar, se
dibuja el glaciar que veo por primera vez en mi vida tan de cerca y al lado a
uno de mis mejores amigos en la misma situación que yo casi tan agotado que
pareciera querer renunciar, pero el mágico regalo de haber visto lo que mis
ojos perciben pero mi boca no puede pronunciar y el convencimiento con el que
Erik toma su bastón asegurándose a sí mismo que seguirá adelante me permiten
convencerme que estoy sólo a kilómetros de camino, que la selva de concreto
quedó atrás, que quien decidió estar aquí fui yo y que la razón está a escasos
kilómetros y me la acaban de recordar desde el cielo.
Tomo la foto, me monto el morral le
pego un grito a Erik para que arranquemos y me digo a mi mismo: No renunciaré
Foto tomada el 21 de Marzo del 2008
en la aventura para hacer los Picos Bolivar y Humboldt, en algún lugar entre el
campamento base del Bolivar y el campamento base del Humboldt
(1) Término utilizado para nombrar la
comida adicional que agregarás a tu morral para rápido consumo en caso que
ataque el hambre a mitad del camino (chocolates, frutas secas, granola, etc)
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